En est post no voy a hablar de la película La sombra del poder (State of play, 2009), sino de la serie de la BBC del 2003 de título homónimo en la que está basada el film. Estructurada en seis capítulos de una hora, la serie dispone del triple de tiempo para desarrollar sus tramas y se hace patente en el resultado de ambas: la película es un interesante thriller político y la serie es un fascinante thriller político.
State of play es un relato de una enorme densidad, en el que no es nada complicado perderse. Como espectador uno nunca puede distraerse debido a la cantidad de información y al juego de mentiras y engaños entre los personajes. La serie enfrenta el mundo del periodismo al mundo del poder, formado por la política y las grandes corporaciones (petroleras en este caso), cuando el periodista Cal McCaffrey investiga sobre dos muertes sin conexión aparente que poco a poco acabarán desgranando una trama complicada y con muchos actores implicados.
El guión de Paul Abbott (creador de la reputada Shameless) es minucioso y no deja ningún detalle al azar. Todo encaja y toda trama y subtrama de la serie se cierra, y además el ritmo va creciendo a lo largo de los episodios sin decaer en ningún momento. Los giros de guión son naturales y verosímiles y no se abusa en absoluto de ellos, lo cual es de agradecer. Incluso el gran giro del último capítulo está justificado perfectamente y acaba de rematar la faena, elevando el nivel de la serie. Ésta combina en su resolución las dos explicaciones sencillas existentes: la más sencilla y la más conspirativa, redondeando toda la historia.
Precisamente por su vertiente de teoría de la conspiración, State of play entronca con los thrillers políticos* de la década de los setenta como por ejemplo las películas de Alan J. Pakula The Parallax View (1974) o All the president's men (1976), ambas protagonizadas por periodistas que investigan conspiraciones políticas. La realización de David Yates también remite a esos films con el uso recurrente de teleobjetivos, con la planificación, el grano de la imagen, el montaje, etc. por lo que, en cierta manera, podemos hablar de homenaje a este género, del que Sidney Lumet y John Frankenheimer también son claros referentes.
A la vez que homenaje al thriller político, la serie es también un homenaje al periodismo como un camino para encontrar la verdad al que no pueden acceder otros medios como la policía. La secuencia final de State of play es muy ilustrativa en este sentido. Cal observa cómo las rotativas imprimen los periódicos donde aparece la historia que ha conseguido desentrañar. Es la victoria del periodista a la vez que para él es una derrota por lo mucho que ha dejado en el camino al descubrir la verdad.
A la maravillosa y perfecta construcción del guión hay que añadir unas interpretaciones magníficas de todo el reparto sin excepción. Bill Nighy como editor del periódico construye un personaje cáustico y divertido que supera a la editora interpretada por Helen Mirren en la película. De la misma manera, tanto John Simm como David Morrissey, en sus papeles protagonistas de la serie, están por encima de Russell Crowe y Ben Affleck respectivamente. Igual que Kelly MacDonald (con su ininteligible pero adorable acento escocés), que tiene mucho más espacio para desarrollar a su personaje (la compañera de Cal en el periódico) del que dispone Rachel McAdams en el film.
Pocas veces he visto un thriller en televisión (o en cine) tan bien construida y desarrollada y que no sea esclava de sus giros argumentales. En State of play los acontecimientos suceden de una forma natural sin que ello signifique una pérdida de la intriga o del ritmo. Además combina a la perfección los elementos de la trama política con los elementos de las tramas personales.
En definitiva, una pequeña joya.
* Hay un documental interesante que retrata esta época que se llama Sydney Pollack y la generación del compromiso.