Ayer encontré una respuesta más a la siguiente pregunta: ¿qué me impulsa a parar de ver una película y mandarla de cabeza a la papelera de reciclaje? No tiene porqué ser necesariamente una mala película (la de bodrios infumables que me he tragado a lo largo de mi vida). En realidad suele pasarme muy pocas veces. En una sala de cine tan sólo recuerdo haberme levantado una vez, aunque no fue por iniciativa propia, y en otra ocasión no faltaron las ganas, pero estando en mitad de la fila y con gente a los lados conseguimos aguantar la tortura de Honor de cavalleria (el mayor timo de la historia del cine).
Pero ayer fue una escena concreta la que me hizo tomar la decisión de apretar el stop del reprodcutor. Reconozco que salté de la butaca como un resorte, fue automático. Estaba viendo It's Complicated (No es tan fácil), una comedia de Nancy Meyers protagonizada por Meryl Streep, Alec Baldwin y Steve Martin. Iba sobrellevando sin problema la historia de una cincuentona separada que vuelve a enrollarse con su ex-marido gracias a algunos momentos graciosos. Había logrado pasar por alto que la nula empatía con unos personajes excesivamente acomodados y excesivamente felices. Hasta que llegué al minuto 40, Meryl Streep se junta con sus amigas para cenar, les cuenta que ha empezado un affaire con su ex y... todas se ponen a chillar como histéricas, como en el anuncio de Heineken. Ahí me quedé.
Todo esto no quiere decir que sea una mala película, sencillamente no es para mí. Y la culpa es mía, porque ya debería haberlo sabido antes de ponerme a verla.